lunes, 14 de abril de 2008

INVENTARIO DE SILENCIOS

Tengo un silencio
anudado al cordón del zapato.
Se quedó asido a mis pies
con el chasquido sordo
del nudo al cerrarse.
Fue el adiós no respondido,
la palmada en la espalda
que quedó en el aire;
el aliento frío en la nuca
que aún estremece mi piel.
Fue silencio helado
que todavía arde.

Tengo un silencio
prendido en el pecho.
Es un silencio con cadena de plata.
A veces me oprime el cuello
colgado de aquella pregunta
que solo tuvo un gesto,
ojos caídos, palmas abiertas,
mirada avergonzada.
Lo llevo prendido
junto a la ira contenida
y lo arrastro bajo el orgullo.
Fue silencio ardiente
que hiela el alma.

Tengo un silencio
colgado en un clavo,
de rostro enjuto y mirada callada.
El tiempo cubrió su manto
y tiñó se sombra sus palabras,
dejándome adivinarlo solo
en las arrugas de su frente
y en sus profundos ojos
que de óleo todavía se adivinan.
Fue un silencio pintado
por la vieja muerte.

Tengo un silencio
metido en el estómago,
y es solo piel y huesos,
y gritos, y hambre,
Y apenas si es nada,
pero me llena de silencios
de carga pesada.
Si no fueran tantos,
aun serían demasiados
una sola mano que busca
y no encuentra nada
es suficiente para exigir una respuesta.
Fue silencio egoísta;
mano cerrada.

Tengo un silencio
que me llama
desde su puerta obscura
tras la que podré dejar
colgada de un clavo
la cadena de plata,
y el cordón y el zapato;
y las pesadas cargas,
para sumirme por fin
en el silencio más largo.
Será silencio eterno;
será eterna la calma.

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