sábado, 23 de julio de 2011

AL SOL DE LOS DÍAS

Ilustración: Javier Muñoz
 
 
 
 
 
...y nada más por hoy, que mañana hay que silbar por la calle bajo el sol de los días
      Blas de Otero
 
 
        Mi nombre es David López, tengo 45 años y esta mañana he presentado un serio contratiempo a mis vecinos del número 42 de la calle Porvenir, al encontrarse mi cuerpo inerte tendido ante la puerta del inmueble impidiendo el paso y presentando un inapropiado escenario para un día como hoy.
Por su puesto, esta situación no estaba dentro de mis planes cuando ayer, a las 11 de la noche, salí de casa a tomar un trago y despejarme un poco de la soledad. Fui paseando al Mado's Bar mientras pensaba en un poema que leí hace unos días y que andaba desde entonces rondando por mi cabeza. La primera copa la tomé solo, en la barra, y justo después de pedir la segunda, la vi a ella. Estaba sentada en la mesa más apartada del local con una bebida roja en la mano que adiviné sería un San Francisco. Era increíblemente hermosa y sin duda aquella radiante y misteriosa sonrisa se dirigía hacia mí. Sin pensarlo dos veces fui a sentarme a su lado.
- ¿Qué andas buscando? -fueron sus primeras palabras-. A lo que yo, algo sorprendido, contesté, no sé si por parecer interesante o porque simplemente era lo único que se me ocurrió, con el último verso de aquel poema que me perseguía.
-Busco -dije- silbar al sol de los días.
-Interesante, pero, ¿sabes lo que quieres decir realmente con eso?
-Sí, para mí silbar al sol de los días es estar en completa y absoluta paz con uno mismo, es sentir que no se tienen cuentas pendientes.
-La paz absoluta... Muy bien, si es así quizá yo pueda ayudarte -dijo, esta vez con una amplia sonrisa-. ¿Me vas a decir tu nombre?.
Sus ojos eran oscuros, intensos, penetrantes y me desarmaban completamente. Comenzamos a charlar. Al principio, sobre banalidades, pero al cabo de unas horas de conversación me encontraba contándole mis más oscuras frustraciones en una extraña suerte de confesión hábilmente dirigida por sus preguntas. Cada una de mis inquietudes obtenía una respuesta que la hacía desaparecer en sus labios. A cada minuto que pasaba con aquella mujer me sentía más joven, como si el peso de la vida no hubiera hecho ningún destrozo. Como si el tiempo transcurriera hacia atrás y me liberase de todas las cargas que había acumulado en la vida. Cada problema se convertía en un tema zanjado, cada recuerdo incómodo en una simple anécdota, cada odio en una indiferencia.
No podría decir exactamente en qué momento la besé por primera vez. Su boca era de un fuego exquisito y me provocaba un efecto casi narcótico. Salimos del bar muy avanzada la noche y paseamos sin rumbo fijo hasta encontrarnos en el recodo más oscuro de un parque cercano. Nunca antes había hecho el amor de una forma más clandestina. Agazapados junto a un seto nos desnudamos bajo la tibia noche. En aquellos momentos ya no era la misma persona que algunas horas atrás. Sentía una liberación inmensa. De alguna forma lo único que pesaba sobre mi cuerpo era un poderoso deseo que cubría hasta el último hueco de mi ser. Ella tomó la iniciativa, me tumbó sobre el suelo y se colocó sobre mí. Hicimos el amor de una forma salvaje. Aquello era sexo como nunca antes lo había experimentado. Ningún sentimiento enturbiaba aquella forma ancestral de placer. El olor de la hierba, de su cuerpo y de la noche completaban la sensación animal que me producía aquella situación. Incluso sus oscuros ojos parecieron brillar en algún momento como los de un felino. Cuando acabamos sentí que todo a mi alrededor estaba en su lugar preciso, en una armonía perfecta. Mi respiración se hizo profunda y pausada, y pude entender por primera y última vez el sentido más profundo de mi propia existencia.
Unos minutos más tarde comenzamos a vestirnos. Ella me miraba satisfecha. Entonces me dijo:
- ¿Ves? Ya tienes lo que buscabas ¿no es cierto?
- Sí, creo que sí, tan solo me falta saber tu nombre.
- ¿Mi nombre? No creo que importe mucho. Puedes llamarme como más te guste, yo respondo a muchos nombres.
- Sí, supongo que no importa. ¿Te volveré a ver?
- No, pero eso tampoco tiene mucha importancia a estas alturas. Y ahora tengo que irme, ya casi ha amanecido.
Me besó, esta vez en la frente y se perdió entre las sombras sin mirar atrás.
Me quedé sentado algún tiempo más hasta que las primeras luces del alba me hicieron salir del trance. Me levanté y me dirigí con paso lento hacia el número 42 de la calle Porvenir. Al llegar al portal, el sol ya asomaba entre los edificios. Entonces me giré, miré hacia arriba y silbé. Fue entonces cuando se me paró el corazón y quedé tendido en el suelo. Mi rostro reflejaba una paz que, lejos de hacerlo parecer amable, presentaba una visión dantesca y horrible, pues una paz tan absoluta no puede ser humana.
 
 
 ( Publicado por los medios de prensa del grupo VOCENTO. (Qué!, El correo, El diario Vasco, La voz de Cádiz, Hoy, Sur, Las provincias...)

3 comentarios:

  1. Es una paranoia... guapísima. Venía esperando alguna de tus poesías y me encuentro esto, y me deja alucinada. No es tan dantesco, no te asustes, es... la Aventura que llama a tu puerta una vez cada siete períodos de vida, piénsalo así.
    Muy bueno.
    Besitos.

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  2. Tienes un blog muy interesante, es un placer leerlo.

    Quizas te guste el mio
    www.muytranquilo.blogspot.com

    Saludos y cuidate ;)

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  3. Excelente escrito muy bien logrado el cuento... espero que ese hombre de la calle porvenir, se encuentre bien. Un cariñoso saludo para ti, te seguiré leyendo.

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