jueves, 8 de enero de 2009

D.N.I.

Pablo Fernández Pérez nació a finales de la década de los ochenta. Con tan sólo dos años de edad sus padres le sacaron el D.N.I. y pasaporte para poder cruzar las fronteras comunitarias en un viaje de placer. Su número era el 31.783.264-T. Luego vino el número de matrícula en la enseñanza obligatoria, el del carnet de la biblioteca y más tarde el del permiso de conducir. Para cuando Pablo cumplió los 25 años, a estos números se le sumaron muchos otros como el de su dirección en el apartamento 234 de la calle 42, su número de colegiado en la jefatura de telecomunicaciones o la I.P. fija de su conexión a internet. Más tarde, en los años 20 del presente siglo y gracias a los avances informáticos, casi todos aquellos números fueron reducidos a uno, el del D.N.I., y con solo posar el dedo índice sobre los omnipresentes lectores de identidad que poblaron nuestras vidas, una pequeña pantalla reflejaba aquel número y validaba las operaciones bancarias, se gastaba algún crédito en el cine o se pagaba un viaje en aerotren. Llegamos a acostumbrarnos tanto a aquellos números, que, a veces, casi olvidamos nuestros nombres.
Pablo vivió una larga y apacible vida. Tan larga, que el día de su muerte no quedó nadie que llorara su pérdida. No hubo esquelas en el periódico local, ni misas, ni pésames. El único rastro de su muerte fue un aviso en la pantalla de algún funcionario del estado que rezaba:
El número 31.783.264-T ha quedado libre para nueva asignación.

2 comentarios:

  1. una realidad sobre los números de un futuro que parece no estar muy lejano.

    Me encantó. Muy condensado, te engancha a la primera, muy bueno compañero.

    Un abrazo.

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  2. Buen Cuento! Me gusto mucho como con pocas lineas y contenido certero has logrado engancharme
    Saludos!

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